Contra aviesas intenciones
El entorno define la cultura de una población. El conjunto de viviendas, edificios, sitios públicos, genera sentimiento de pertenencia, nos define como comunidad y nos conecta con nuestro origen para ofrecernos certeza de nuestro presente y seguridad sobre la senda a seguir en los siglos futuros.
En esa línea, nuestra ciudad de Alajuela, ostenta un conjunto escultórico centenario, ubicado en un lugar singular; destinado hace 134 años a ser el espacio de encuentro social más longevo que tenemos.
El lugar.
Cuando a partir de abril de 1884, el entonces Secretario de Fomento Bernardo Soto Alfaro, introdujo en el texto de la renovación del contrato, entre el Estado costarricense y la compañía del ferrocarril; la obligatoriedad para la empresa, de construir la estación del tren de Alajuela a dos cuadras del Parque Central; es dable pensar que ya tenía en mente la localización del futuro Parque Juan Santamaría.
En ese sentido, es posible observar la clara intención de aquel alajuelense, una vez electo Presidente de la República en 1886, de establecer frente a la terminal ferrocarrilera el más importante sitio de reunión comunal (hecho realidad, a partir de 1891). Dinámica, facilitada con la construcción de un largo pretil, que abarcaba la cuadra entera y en un nivel superior, un arbolado a cuya sombra, numerosos poyos, sobre los que familias y amigos oficiaban el triste deber de la despedida como la alegría de recibir a los viajantes.
Espacio, que a lo largo de las décadas, ha sido objeto de numerosas transformaciones. Algunas muy gratas, que fortalecieron nuestro vínculo vital con Alajuela (¿Cuántas generaciones fabricaron “perfume” con alcohol y hojas de “ilán-ilán”, disfrutaron de la elevación de los globos hechos por “Calián” y sus cofrades, aprendieron a patinar o conducir bicicleta en aquella explanada bicolor, gozaron de los “conciertos de las luces” y el “baile de la polilla”?, entre una larga lista de actividades masivas), otras no. Felizmente, su esencia primigenia es constante hasta nuestros días: ha servido y sirve como escenario de concentraciones políticas, populares, cívicas y de celebraciones de triunfos deportivos, locales como nacionales.
Es, indudablemente, uno de los pilares de nuestra cultura alajuelense.
El conjunto escultórico.
Nuestra ciudad de Alajuela ostenta una obra de arte única e irrepetible en el mundo. Única, porque fue contratada exclusivamente para ser expuesta en nuestro paisaje urbano. Irrepetible, porque sus autores, Arisride Croisy y Gustave Deloye, fallecieron hace más de un siglo.
Representación simbólica de Juan Santamaría, menospreciada por consejas que hogaño, gracias al trabajo de investigación y publicación de un brillante historiador académico, han caído en la categoría de asuntos bizantinos; nos obliga a valorarla en toda su dimensión artística y cultural.
El monumento dedicado a nuestro Juan Santamaría, suma también importantes aportes vernáculos, testimonios sempiternos del verdadero ser alajuelense. Somos producto de migraciones: el maestro metalúrgico colombiano, Manuel Jirado Ibarra, radicado en nuestra ciudad, unió con singular maestría las piezas en que la estatua llegó dividida desde Europa. También, el italiano Guiseppe Bulgarelli, experto artesano de la talla en piedra, elaboró el enhiesto pedestal que por 134 años, ha soportado terremotos y conservado en alto al soldado inmortal. Ambos, alajuelenses por sus cuatro costados y fundadores de respetadas familias de nuestra comunidad.
Igualmente, profundos conceptos culturales que nos definen como alajuelenses, se derivan del conjunto escultórico dedicado al héroe:
La Tea, símbolo de libertad y verdad. Escogida como principal ícono del Escudo de Alajuela, insignia del Instituto de Alajuela y emblema de numerosas iniciativas culturales locales.
Los rasgos de la cara, nos recuerdan la sangre y herencia africana que corre por nuestras venas y vive en numerosas expresiones orales y gastronómicas cotidianas.
La bravura del león africano, valor principal achacado al equipo de balompié fundado en 1919.
Es otro de los firmes pilares de nuestra cultura alajuelense.
Aviesas intenciones.
Cuando en 1955, previo a la conmemoración del centenario de la Batalla de Rivas, se intentó trasladar el monumento de Juan Santamaría a la conocida Plaza Acosta; los alajuelenses se levantaron y evitaron tal acto.
Hoy, considero deber alajuelense, alzar la voz para defender los pocos vínculos patrimoniales-culturales que se conservan en nuestra ciudad y nos unen con nuestras raíces, aquellos que nos explican el porqué somos diferentes. Muchos, desaparecidos por eventos naturales (la sismicidad costarricense, nos impone cuidar lo antiguo que permanece en pie), otros por decisiones individuales y políticas.
En días pasados, en el seno de la Comisión Especial para la Construcción del nuevo Edificio Municipal, se puso sobre la mesa una propuesta para desechar un acuerdo firme del pasado Concejo Municipal (producto de años de discusión y estudios científicos, que primaron sobre intereses políticos), de levantar el inmueble en el mismo lugar que ocupó la demolida sede del gobierno local; para, sin mayor explicación que “el crecimiento futuro”, edificar en el Parque Juan Santamaría tal obra.
¿Cuáles aviesas intenciones están detrás de esa intempestiva iniciativa? ¿Un parqueo subterráneo como negocio cedido a manos privadas? ¿La continuidad indefinida del status quo de la “Plaza Tomás Guardia”? ¿Cómo afectará, esos potenciales trabajos invasivos nuestro centenario monumento? ¿Desaparecerá el Parque Juan Santamaría para dar lugar a un edificio burocrático? ¿Qué será de la obra de arte? ¿Eliminarán el gran mural, instalado hace apenas poco más de una década? ¿Tenemos capacidad de visualizar y pensar en las generaciones futuras sin un lugar culturalmente tan robusto? ¿Podrá ese bloque de concreto, crear un espacio seguro y eficiente para quienes disfrutan el parque infantil y se educan en la escuela primaria, ubicados frente a los extremos de esa manzana o para la cantidad de personas y autobuses que se aglomeran en la estación localizada a escasos 50 metros; tomando en cuenta el aumento del flujo vehicular generado por los funcionarios y usuarios, junto a las busetas estudiantiles, autos de padres de familia, clientes de comercios circundantes y buses que usan la avenida 2 como parte de su ruta?
Mucho se dice y escucha. Lo esencial, es que la Municipalidad de Alajuela cambie su línea de conducta, que por muchos años ha demostrado su desprecio por el patrimonio cultural alajuelense (por ejemplo: después del incendio del bello y antiguo quiosco, levantó la concha al revés que nos impide escuchar los conciertos de la Banda Nacional, el “limpiar” con agua a presión y cepillo de barrer el busto en mármol de don León Fernández, el sistemático abandono de la Fuente de Libertad, las frecuentes y execrables intervenciones a la fuente del Parque Central y al bronce de la estatua de Juan Santamaría que limitarán su vida útil, el doloroso espectáculo de instalar piedras andesitas sobre la calle, entre el Parque Central y el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, para que lentamente sean hechas polvo por el peso de los automotores, las constantes y actuales quejas de goteras dentro del edificio del llamado Centro Alajuelense de Cultura, un Teatro Municipal desde larga data subutilizado y cerrado…) para, sinceramente proteger y conservar todo aquello, material e inmaterial, que nos hace ser alajuelenses.
Ronald Castro Fernández
Alajuela
Domingo 4 de mayo, 2025.